Era conocido con el sobrenombre de “Chucho el Roto” porque para llevar a cabo sus estafas acostumbraba vestir con suma elegancia, al estilo de los adinerados de esos tiempos, en pleno porfiriato, los llamados rotos (elegantes o catrines). A lo largo de casi diez años y en compañía de sus secuaces, apodados “La Changa”, “El Rorro”, “Juan Palomo” y “Lebrija”, robó y estafó, pero asimismo luchó en favor de los desposeídos, convirtiéndose en uno de los ídolos más queridos del pueblo, ya que robaba a los ricos para ayudar a los pobres.
A todo esto se agrega la versión de Ricardo Alva, escritor oriundo de Apizaco, quien relata de manera un tanto novelada que el propio Jesús Arriaga en una ocasión afirmó ser oriundo de Chiautempan, que visitó muchas veces en compañía de sus amigos, y que, si alguna vez había asegurado ser de otro estado, lo había hecho como una estrategia para evitar que se les causara daño a su madre y sus hermanas.
Cuentan varios vecinos que lo llegaron a ver en un carruaje siempre cerca de las colonias Tacuba, Popotla, Tlaxpana y Anáhuac, saludando siempre con la cortesía que se le daba. Años después, fue apresado en las Cumbres de Maltrata, estado de Veracruz, en el que se supone fue su último atraco. Se asegura fue conducido nuevamente al penal de San Juan de Ulúa, mismo de donde había escapado nueve años atrás, introduciéndose en una cuba (barril que hacía las veces de un sanitario).
Se comenta que cuando nuevamente intentó escapar, fue traicionado por un compañero de celda apodado “Bruno Herido de bala, fue recapturado, y al pasar por la plaza principal de la fortaleza, el coronel Federico Hinojosa, director del penal ordenó: -¡Que le den doscientos latigazos a ese desgraciado! Con mucho orgullo, “Chucho el Roto” contestó: -No puede ser desgraciado el que roba para aliviar el infortunio de los desventurados. El director dijo: -¡Denle trescientos!